P. José Kentenich y su profundo amor a María

Dicen que la historia de un hombre es la historia de su amor. Con el P. José Kentenich podemos hablar de su amor a María, de su amor a la Familia de Schoenstatt, de su amor a la Iglesia.

El rasgo más característico del Padre Kentenich es su profundo amor a María. Toda su vida y su obra es un testimonio vivo de la Santísima Virgen. Ella es el gran misterio de su  persona, de su historia, el alma de su alma. Sin Ella no se comprende su vida. Ella es su Madre y Educadora, su fuerza, su misión y su bandera.

El P. Kentenich se sabía elegido muy especialmente por la Virgen. Estuvo consagrado a Ella de por vida. Un acontecimiento decisivo de su historia personal fue una consagración a la Santísima Virgen en su infancia. Cuando él aún no tenía nueve años de edad, su madre, imposibilitada de atender bien a la educación de su hijo, lo lleva a un internado. Ante una estatua de Nuestra Señora de Pompeya, el 12 de abril de 1894, lo consagra al cuidado maternal de María. Refiriéndose a sí mismo en forma implícita, contó años más tarde:

«Hace varios años en la capilla de un orfanato, vi una estatua de la Santísima Virgen María con una cadena de oro y una cruz al cuello. Cadena y cruz eran recuerdos de primera comunión de una madre que a consecuencia de difíciles circunstancias familiares, se vio obligada a dejar a su único hijo en ese orfanato. Ella misma ya no podía ser mamá para él. ¿Qué puede hacer en la angustia de su corazón y en su preocupación? Va, toma el único recuerdo valioso de su infancia, su recuerdo de la Primera Comunión, y lo pone en el cuello de la Virgen suplicando con insistencia: Educa tú a mi hijo! Sé para él plenamente Madre!…».

Esta consagración marcó definitivamente su vida. Ella encierra germinalmente toda la espiritualidad de Schoenstatt, es decir, anticipa la Alianza de Amor del 18 de octubre de 1914, a la que se remonta y de la que nace toda su obra.

«Desde que Schoenstatt nació, mi más importante propósito fue conservarla en íntima vinculación con María. De ahí que años más tarde a menudo anunciaba cursos sobre distintos temas, pero al final no me decidía a dictarlos, porque desde lejos creía descubrir pequeñas nubes que indicaban el peligro de que Schoenstatt, si bien no perdiera, al menos debilitara su raíz y tierra madre: el amor a María. Así ha de entenderse la palabra: Servus Mariae Numquam Peribit (un Siervo de María nunca perece)»

Los años de juventud del padre estuvieron marcados por una extraordinaria lejanía de lo terrenal y lo mundano.

«Todo mi ser tendía a lo sobrenatural. No fue de extrañar entonces que todas mis luchas juveniles, que comenzaron matemáticamente con mi ingreso al noviciado y que nunca antes había tenido, fuesen de índole netamente espiritual. Si tuviera que resumir, diría: precisamente debido a la separación de mi espíritu y alma de lo terreno y lo humano, es que toda mi persona fue sacudida y atormentada por un escepticismo total, un idealismo exagerado, un individualismo corrosivo y un sobrenaturalismo unilateral. En otras palabras, como lo vive el hombre moderno, pude experimentar en abundancia su angustia espiritual. Es la angustia de una mentalidad mecanicista que separa la idea de la vida (idealismo) el yo del tú (individualismo) y lo sobrenatural del orden natural (sobrenaturalismo). En esos años, mi alma se mantuvo de alguna manera en equilibrio, gracias a un amor personal y profundo a María».

María lo preparó así para su misión en la época actual. El Padre Kentenich pudo experimentar en su propia vida el drama del hombre de hoy, pero también pudo experimentar a María como el ejemplo del hombre nuevo en Cristo.

“Las luchas terminaron cuando fui ordenado sacerdote y pude proyectar, formar y modelar en otros, el mundo que llevaba en mi interior. El constante especular encontró un saneamiento en la vida cotidiana.”

Esta tarea de anunciar a María y su misión se concretó esencialmente en el “misterio de Schoenstatt”, es decir, en la presencia y fecundidad de María desde los Santuarios de Schoenstatt en virtud de la Alianza de Amor. El padre se encargó de conducir a la Virgen a todos los que Dios le confiaba.

“Si el buen Dios ha bendecido mi actividad entre ustedes, entonces pueden considerar al menos eso como un regalo de María. Considero toda mi labor sacerdotal como obra e instrumento de su mano: me siento dependiente de Ella, como su obra e instrumento…”.

La unidad y solidaridad del P. Kentenich con la obra por él fundada, es otra de las claves centrales para comprender su vida y la historia de Schoenstatt. El 20 de enero de 1942, estando en la prisión de la Gestapo, el padre renuncia a legítimos recursos para salvarse del campo de concentración. Ofrece voluntariamente su libertad exterior por la santidad y fecundidad de Schoenstatt. Se pone así la indisoluble unidad y solidaridad de destinos entre fundador y obra. La entrega generosa y sacrificada del corazón paternal de José Kentenich, convirtió a Schoenstatt en una gran familia.

La paternidad fue siempre para él servicio abnegado y desinteresado a la vida de los demás, a cada uno según su manera de ser. Con profundo respeto leía en el corazón de quienes le fueron confiados y concibió su tarea de educar como colaboración con la conducción de Dios.

Esta unidad inseparable entre Kentenich y Schoenstatt creció más y más. Despertó una corriente de seguimiento filial y de fidelidad solidaria con el padre José y su misión para la Iglesia y el mundo actual, en los distintos países donde brotó la semilla de Schoenstatt. Fue probada esta unidad cuando el padre fue separado de su obra por decreto del Santo Oficio, exilio que se prolongó por 14 años en Estados Unidos. El fundador debía dar prueba de la autenticidad de su carisma renovador y de su fidelidad a la Iglesia. Nuevamente la separación exterior se convirtió en unidad más plena, la distancia en solidaridad y las dificultades en camino de santidad.

No se entiende la vida y misión del padre si no tenemos en cuenta su programa pedagógico. Siempre se concibió a sí mismo, por sobre todas las cosas, como un educador. Su actividad como sacerdote y director espiritual, como fundador y organizador, como profeta e intérprete del tiempo, todo eso se resume para él en una gran misión de vida: educar al hombre nuevo y la comunidad nueva para el mundo del mañana.

“¿Cuál es el programa? Bajo la protección de María, queremos aprender a educarnos a nosotros mismos como personalidades sólidas, libres y sacerdotales (apostólicas). Noten ustedes, se trata de un programa de autoeducación hacia el ideal del hombre verdadera e interiormente libre…”

La medida de la misión determina la medida de la cruz. Ciertamente por esta razón la vida de José Kentenich está signada por la cruz. Debilidad de salud,sobreexigencia de trabajo, duras pruebas de todo tipo; la incomprensión de personas muy cercanas, la persecución, el campo de concentración, sospechas y calumnias en la misma Iglesia, un doloroso exilio que por decreto del Santo Oficio (hoy Congregación para la Fe) lo separa de la gran obra de su vida. Su camino es un largo vía crucis, lleno de renuncia, dolor y sacrificio. Una constante que se repite en los grandes santos y fundadores, a lo largo de toda la historia de la Iglesia.

“Las obras de un hombre se revelan al final de su vida. No proclames feliz a nadie antes que llegue su fin, porque sólo al final se conoce bien a un hombre.”  (Eclesiástico 11, 27-28).

(Tomado de Autorretrato del P. Kenenich del P. Juan Pablo Catoggio.)

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