El 1ro de diciembre nos trae el sabor amargo del nuevo ostracismo impuesto a nuestro Padre Fundador, esta vez no por fuerzas externas sino por su propia Iglesia.
En efecto, en este día de 1951 se decretó su salida de Europa, que se dio un mes y medio después.
No es el único líder que en la historia de la humanidad que ha sufrido la separación de los suyos pero a diferencia de aquellos, en ambas ocasiones, el haber entregado a Dios su destino impulsó la enorme resultante creadora que conocemos y vivimos.
En el Evangelio de hoy, precisamente y a través de hechos concretos, Jesús nos dejó la clave para ello.
Unos pocos panes y peces alimentan a multitudes cuando estamos dispuestos a ponerlos en Sus manos.
Los schoenstattianos tenemos esa escuela y la practicamos en nuestra experiencia comunitaria: un día somos jefes de nuestro Grupo, Círculo o Curso y al siguiente pasamos la posta; en un momento estamos bajo la jefatura de un hermano del que hasta ayer fuimos jefes y un sinfín de situaciones como esas que, a la luz del concepto mundano de liderazgo, podrían resultar incomprensibles.
Nuestra mucha o poca potencia la sabemos momentánea y a disposición de la voluntad divina; son peces y panes que ofrecemos… y una vez ofrecidos, ya no nos pertenecen y pueden multiplicarse.