A casi dos meses de haber concluido una misión MTA inolvidable, aún resuenan los ecos en el corazón de esta gran aventura. Inolvidable por ser la primera vez que tomábamos la decisión de poner a Dios por sobre todo y misionar en Año Nuevo. Inolvidable por haberlo hecho en un lugar tan importante para la esencia de la Fe en nuestra tierra: donde los primeros paraguayos empezaron a creer.
Muchas preguntas y muchas interrogantes nos surgieron antes de emprender este sueño. Dudas sobre qué hacer, cuando misionar, pero por sobre todo, la gran pregunta: ¿Cuál es el sueño de Dios para esta misión MTA?
Luego de mucho pensar, compartir y discernir veíamos que la Mater nos llamaba a cosas más grandes, nos mostraba que debíamos dar un salto más.
Y fue así como un día nos lanzamos. Lo lanzamos a un equipo de jefes, que, con dudas y miedos en el corazón, le dijo que SÍ a María. Le dijeron que SÍ, creyendo en su plan y en lo mejor para MTA.
Aquel 28 de diciembre partimos. Seguros del mensaje que queríamos transmitir. Convencidos que existen jóvenes que pueden poner la vida de Fe como algo central en sus vidas.
Los días iban pasando, comenzaban las visitas, los talleres, los encuentros. Para muchos la primera experiencia, para otros una totalmente diferente. Nos íbamos adentrando fuertemente en la misión, con las misas, la peña con el pueblo, comiendo su rica chipa y recorriendo sus calles.
Acercándonos al 31 de diciembre, era muy difícil no empezar a emocionarse.
Emocionarse por lo que estábamos haciendo, por quienes teníamos al lado o por lo que estábamos haciendo por la Mater. La expectativa también iba creciendo por el cómo íbamos a pasar la última noche del año.
Mesa larguísima, vitel toné, todos de blanco. Y ahí estábamos, sentados con esos amigos con los que compartimos la fe, con los que tantas cosas hemos construido. Riendo, llorando, celebrando la fiesta de la vida. Así pasaba la noche, pero no era su final.
Acercándonos a las doce comenzamos a caminar. A recordar el camino recorrido, con sus heridas, con sus aciertos; hasta llegar al final, donde nos esperaba Él. A orillas del río, arrodillados frente a Jesús, cerramos el 2022. Año especial para la Juventud, año en el que nuestro Santuario Joven cumplía 25 años.
Un corazón joven que años atrás impulsó a muchos a construir un Santuario en la ciudad, esta vez buscaba hacer latir nuevos corazones por todo Coronel Bogado.
Ahí nos cobijaron como nunca antes. El Padre Enrique, Matías, Alejandra, Paola, Cynthia, Fátima. Ellos se pusieron al servicio de nosotros y nosotros al de ellos. En Schoenstatt la comunidad es uno de sus grandes pilares y nos alegra que ellos nos hayan acompañado.
Pasaban los días y el cansancio no se sentía. La presencia de Dios y el gran espíritu de todos marcaban una fuerza muy fuerte. Sabíamos que quienes habían ido a esta misión MTA era por un anhelo profundo de búsqueda y encuentro.
En el último día, con las emociones a flor de piel, partimos rumbo a la Iglesia de San Cosme y Damián. Tierra de los primeros congregantes, tierra donde nos congregamos para cerrar esta gran misión MTA.
Y así concluía nuestra misión. Donde la Fe había comenzado en Paraguay, MTA comenzaba una nueva aventura.
La de buscar los sueños de Dios, la de lanzarnos a lo que Él sueña con nosotros. La de conquistar los corazones de Coronel Bogado. La de llevar el mensaje, fuerte y claro, que la juventud es tiempo de grandes ideales.
Resumir MTA 22/23 es prácticamente imposible, pero espero algunas de estas palabras puedan expresar lo que significó para nosotros y que más corazones jóvenes puedan latir por esta gran misión.
¡Contigo María, todo se renueva!
