El pasado lunes 20 recordando el segundo hito de Schoenstatt, estar en la confianza divina, por lo que deseo compartir mi testimonio a fin de trasmitir la otra cara de la moneda. Esa otra mejilla, la del miserable, débil y pecador. Y tal como nos enseña el Padre Kentenich, lo hago voluntariamente y por amor a quienes al igual que a mi les duele la distinción, el ser juzgado con las actitudes, o las miradas, y cuanto más con los rótulos.
Creo en la voluntad de Dios y por ello sé que nada está suelto al azar. Él tiene sus tiempos y sus caminos, y por ello muchas veces no comprendemos ciertas situaciones. Sin embargo, tal como dice el Papa Francisco la Iglesia no es una aduana. Si es un Hospital de enfermos, no solo para los Santos. Por ello deseo caminar de la mano de Jesús y la Mater, porque ahí encuentro sosiego.
Conocí una familia en Schoenstatt con la pedagogía orgánica del Padre, con su rostro afable y su mirada tierna, con la sonrisa siempre amplia y una paternidad sin igual. Pero con la libertad exterior para conquistar la libertad interior de sus hijos. Esto compromete una mayor entrega en la Alianza de Amor con la Santísima Virgen y a una vinculación más profunda al Padre Kentenich. Él nos pide que cambiemos el mundo misionando con el apostolado, con esa Iglesia en salida, adonde más nos necesitan. Y creo que es lo que más disfruto ya sea en el trabajo o en la vida diaria.
Nada me llena más el corazón que ver el rostro de alegría y agradecimiento en las personas que me cruzo a diario, y lo hago con amor y no por un simple compromiso de cumplir con los mandatos.
El PF vivió la solidaridad de destinos, para ganar la santidad del uno por el otro. Somos diferentes, pero estamos profundamente condicionados los unos por los otros. Si fuésemos todos iguales, perderíamos la posibilidad de enriquecernos con la originalidad del otro. Nos necesitamos todos, cada uno tiene un lugar, nadie sobra e incluso aquellos que parecen no tener ninguna función importante. Pensemos en el capital de gracias, esa entrega da más alimento al cuerpo que la de aquellas personas que nos parecen sobresalientes, que más hablan o que más aparecen en público. Compartía Blanca Salinas de Franco de la FAF y me uno a sus palabras para significar que no por ser anteriormente de la Pastoral de la Esperanza y hoy de la Pastoral de la Rama de Madres dejo de ser una persona con valores, sentimientos y deseos de superación. Con la misión de educar a mis hijos en la fe y la de mi propio crecimiento espiritual.
Con la esperanza de que muchos sientan la misericordia de Dios en sus vidas como lo aprendí, vivo desde lo Espiritual tanto la Comunión en la Misa, como esa Alianza de Amor con María en la renovación de cada 18 aportando al Capital de Gracias. Conquistando mi Santuario Corazón y el Santuario para tantas familias en el Sur, camino con amor, entrega y humidad. Entregando todo lo que cargo, lo soporto con amor y alegría.
Comprendo desde el fondo de mi corazón que quienes no han pasado por situaciones similares, no pueden entender el valor de una mirada amable, una palabra de aliento, un abrazo de cobijamiento, la sinceridad en las actitudes. Y oro por todos aquellos que en el plan divino de Dios pueden tener un matrimonio consagrado, disfrutar y valorar todos los sacramentos, gozar de una familia unida y que así sea hasta la eternidad de acuerdo a su voluntad.
Por eso hoy levanto mi voz, por aquellos que no lo pueden hacer, por los marginados y auto marginados, por quienes buscan un lugar y encuentran las puertas cerradas, por quienes desean conocer a Dios y quieren llenar ese vacío acercándose a algún grupo de vida, por quienes aman a la Mater y quieren ser sus aliados y a su servicio vivir entregados a la misión. Somos hermanos en Cristo y tengo el deseo de que se nos mire de esa manera.
Pido a nuestro Padre, me siga regalando la gracia de una profunda CONFIANZA DIVINA, así como los frutos del Espíritu Santo para vivir de acuerdo a su plan. Y pueda este mensaje llegar de corazón a corazón.